Con la llegada del verano dejamos de pensar en platos más pesados y contundentes como los guisos o preparaciones de cocciones largas, para pasar a platos livianos que se adecuan a la época del año.
Los vinos más livianos, ligeros y fáciles de beber como los espumosos, blancos, rosados y tintos jóvenes ganan protagonismo.
Un maridaje acertado puede llegar a ser una experiencia inolvidable. No se trata únicamente de disfrutar sabores en armonía entre comida y vino, sino de su entorno, el ambiente con el que acompañaremos este momento.
Para comenzar a preparar esta armonización debemos tener en cuenta algunos aspectos:
LA ACIDEZ:
En el verano solemos elegir vinos con acidez elevada como blancos, espumosos y rosados.
Los vinos con estas características ayudan a limpiar la sensación grasa. Algunos ejemplos son los platos servidos con salsas a base de crema, manteca, pescados de mayor tenor grasos como el salmón o el atún, escabeches, cortes de carne roja grasos, picantes suaves y cualquier tipo de fritura son los candidatos perfectos para acompañar a un vino con acidez elevada.
EL DULZOR:
El dulzor es un gran aliado frente a platos muy picantes, salados, vinagretas y postres. Comida oriental, mexicana, quesos azules, quesos curados, chocolates con alta proporción de cacao van muy bien con vinos con diferentes dosis de azúcar residual. Para acompañar postres, el único requisito es que el vino sea equivalente o superior a su dulzor.
LOS TANINOS:
Cualquier plato hecho a la parrilla o brasa, así como ingredientes que aportan amargor, quesos suaves o poco curados son los mejores vehículos para los vinos con taninos presentes.
LA BARRICA:
La comida tiende a potenciar la sensación de madera en los vinos. Es por esto que hay que saber elegir cuidadosamente los platos y las preparaciones, decantándose por cualquier tipo de proteína asada o ahumada.
Carnes, pescados a la brasa, pero también arroces y quesos ahumados, serán las mejores opciones. Cuanto más sutil e integrada esté la barrica, más versátil será el vino.
EL ALCOHOL:
Cuanto mayor sea el contenido alcohólico, más difícil será maridarlo. La clave es elegir platos combinados con vinos de peso y persistencia equivalentes.
Dicho esto, es importante determinar la armonización en función de los ingredientes, la intensidad de su sabor, los métodos de elaboración, la cocción, guarnición, salsas y condimentos del plato.